DÍA CERO

En este blog vuelco algunas experiencias del Cruce de los Andes 2012, en Mountain Bike, realizado durante seis días, del 05/02/2012 al 10/02/2012.
Mi viaje comenzó apenas unos meses atrás cuando, el 21 de septiembre de 2011, se me ocurrió comprar una bici. Después de años y años de sedentarismo (lo mío son la filosofía, los libros y las estrellas) recomencé a pedalear como un chico. Un poco a lo Forrest Gump, una vez que comencé a andar no quise parar. En eso estaba cuando me enteré de que había gente que cruzaba la Cordillera en bici. A partir de allí, el pedaleo comenzó a tener un objetivo y se transformó en entrenamiento. Empecé a hacer 70Km en el KDT dos veces por semana y a correr en el Parque Centenario 10Km otros dos días. Esto, durante un par de meses. Y eso fue todo. En menos de seis meses pasé de ser un filósofo de sillón a un deportista. Perdí unos cuantos kilos de peso y gané en resistencia aeróbica y fuerza. ¿Sería suficiente para curzar los Andes?
Sumémosle a mi incertidumbre el hecho de que mi bici no es de marca, me costó menos de mil pesos (para dar una referencia basta con decir que en el viaje había gente con bicis ¡¡¡de 10.000 dólares!!!). En fin, pronto iba a saber si mi idea era o no una locura...


Este es el mapa del recorrido total (fuente: http://www.mtbtours.com/mapas/andes.htm)

1° DÍA (05/02/12): MALARGÜE - BARDAS BLANCAS (70km)

El punto de partida fue Malargüe.
 Salimos a la mañana, aproximadamente a las 11:15 por la ruta 40, con 34° de temperatura.  El camino asfaltado y la mañana soleada, pero apacible, no hacía prever grandes contratiempos, salvo la distancia prevista (70km).

La descripción del grupo puede variar de acuerdo con el criterio elegido: la nacionalidad (32 brasileños y 3 argentinos: Lola, una cardióloga de 35 años, participante habitual de maratones y expediciones ciclistas y Héctor, un ingeniero triatlonista de 61 años); el género (31 hombres y 4 mujeres); la preparación física (un grupo de elite que marchará siempre adelante; un grupo medio; un grupo que irá siempre a la retaguardia).

En el km 23 hicimos la primer parada para hidratarnos y comer barras de cereal y bananas.
A partir de allí la travesía comenzó a mostrar sus aspectos hostiles. El plácido asfalto trocó en un camino pedregoso, de ripio y arenilla, el viento en contra comenzó a soplar y las subidas se hicieron constantes y empinadas. En este tramo pasamos de los 1390m de altura iniciales a los 1980m. Particularmente agotadora resultó la "cuesta del Chihuido" tras la cual, a los 43km desde la partida, se dispuso el almuerzo.
Luego del almuerzo la dureza del viaje se incrementó más que considerablemente. El viento en contra y de costado, de unos 70km/h hacía casi estéril el pedaleo. Para colmo, el terreno arenoso favorecía la conformación de auténticas nubes de polvo que hacían muy dificultosa la respiración y la visibilidad. De pronto uno se encontraba inmovilizado en medio de una nube terrosa, sofocante, de la que no se sabía cómo salir. A esto se sumaba la aparición abrupta de vehículos a gran velocidad que levantaban su propia polvareda y que amenazaban con llevarse puesto a algún ciclista en el capot. En mi caso, como no tenía bandana ni pañuelo, tuve que subirme el cuello de la remera hasta los anteojos para poder respirar mientras transitaba por las espesas nubes de polvo.



Poco antes de las 17hs., tras recorrer casi 70km llegamos al Río Grande, que nos iba a acompañar en los días siguientes de travesía.



Unos minutos más tarde, tras subir una última cuesta, llegamos a Bardas Blancas, un pequeño pueblo que, no obstante, cuenta con Escuela Secundaria, un pequeño Hospital, un Registro Civil...

 MAPA DEL DÍA:
En amarillo marco el trayecto del día 1: Malargüe - Bardas Blancas; en rojo los lugares aproximados de las paradas para hidratar y almorzar.

2° DÍA (06/02/12): BARDAS BLANCAS - LAS LOICAS (40km)

Nadie sabe lo que puede un cuerpo, decía Spinoza. Y cuánta razón tenía. El día anterior había pedaleado 70Km afrontando viento en contra, subidas, terreno pedregoso. Y había llegado al campamento en Bardas Blancas como si nada. Contra lo que esperaba, los peores contratiempos para el cuerpo no vinieron de afuera, sino de adentro. La cena -carne asada, fiambres, ensalada de tomates- me cayó peor que mal. Pasé una noche con retorcijones que auguraba una mañana tempestuosa. Y así fue. No voy a entrar en detalles, pero, para dar una idea simplemente les digo que en un día agoté 10 pastillas de carbón.
Con el incipiente malestar a la mañana decidí, obviamente, pedalear. No era cuestión de que un malestar de mierda (literalmente) me arruinara semejante aventura.

Por lo cual, luego de tomar un tecito con galletitas de agua y de desarmar la carpa, a eso de las 11:00 hs estaba listo con el resto de mis compañeros para salir a la ruta.
Con la experiencia del viento del día anterior, decidí conseguir algo para taparme la boca y la nariz. Afortunadamente, Lola me cedió una"bandana" que tenía demás.


La actividad del día estaba prevista como relativamente liviana. Se trataba, "apenas", de 40 km. Además, los primeros 20km., hasta llegar al primer puesto de hidratación, serían de asfalto. 
Aproveché para instalar la cámara de fotos en el manubrio, con un soporte "casero" que no resiste demasiado traqueteo, para grabar algunos videos al estilo travelling cinematográfico.

Salimos de Bardas Blancas, abandonamos la mítica ruta 40 y comenzamos a costear el Río Grande hacia el Oeste.

Comenzábamos a adentrarnos en el corazón de la Cordillera.






 Los paisajes iban tornándose más espectaculares kilómetro a kilómetro. 



Como no estaba seguro de mi estado físico, opté por ir muy tranqui, pedaleando con el grupo de retaguardia, y me dediqué a admirar la naturaleza y a grabar videos y sacar fotos.




Luego del refrigerio las condiciones externas comenzaron a modificarse, al mismo tiempo que mi estado de salud. Terminó el asfalto y el camino se transformó en un sendero de ripio y arena. Nuevamente hizo su aparición el señor viento, por lo cual fue necesario recurrir a la bandana para poder respirar.





El esfuerzo y el sol que partía la tierra fueron demasiado para mi cuerpo. Comencé a sentir retorcijones violentos y cada pedaleo parecía que iba a ser el último del día. Tuve que parar varias veces a descansar al costado del camino.







Trataba de tomar fuerzas del paisaje imponente e intercambiaba algunas palabras con otros miembros rezagados del grupo





 Finalmente, decidí hacer de un tirón los últimos 10 km. Subí a la bicicleta dispuesto a no detenerme. Pero a los 5 km, aproximadamente, el estómago pareció dárseme vuelta. Inmediatamente me agarraron fuertes arcadas y no pude evitar vomitar. Una vez pasado el mal momento me sentí aliviado y no tuve problemas para llegar hasta las Loicas.
A pesar de la leve mejoría, no me animé a almorzar. Preferí tomarme un té y refrescarme en las heladas aguas del Río Chico. El baño me restableció a tal punto que pensé que ya estaba recuperado. Error. A la tarde nuevamente tuve diarrea, náuseas y mareos. Lola, miembro del trío de argentinos, médica, me diagnosticó enterocolitis y me sugirió un día de descanso. Yo me sentía tan mal que pensé en volverme a Buenos Aires.
Mapa del día 2:



3° DÍA (07/02/12): LAS LOICAS - PUESTO DE DOÑA ÁNGELA (48km)

Tras una penosa noche en la que me la pasé visitando el baño y agoté la tableta de pastillas de carbón, llegó el frío amanecer. Después de tomar un té con galletitas decidí que no iba a pedalear. Me sentía un poco mejor del estómago, pero completamente débil. Hablé con Mariano, el coordinador, y me dijo que ya era una locura que hubiera pedaleado el día anterior, de modo que me aconsejaba hidratarme lo mejor que pudiera, comenzar a tratar de probar algo sólido y juntar fuerzas para el día siguiente. Resignado, pero alentado por los signos de mejoría, me subí a la combi que transportaba el agua y los bolsos, me aferré a una botella de gaseosa, y me dispuse a mirar el paisaje cámara en mano.




Varias veces, a lo largo de este tramo del camino, nos cruzamos con peones que trasladaban grupos de chivos por el costado del camino. Alberto, el chofer de la camioneta, mendocino, me explicó que por el frío las cabras de la zona sólo tienen cría una vez por año y dada la importancia comercial que el chivo tiene en estos lugares exigía algunos cuidados especiales.














El paisaje seguía siendo, obviamente, majestuoso, aunque tuviera que contemplarlo a través de la ventana de la combi.





Cuando llegamos al lugar del almuerzo, situado a 26km del punto de partida del día, me impresionó el viento que corría. A tal punto que, si bien el lugar elegido tenía árboles que brindaban cierta protección, la comida no pudo servirse en platos, ni la bebida colocarse en las mesas porque se volaba todo. Todos se pusieron en fila y fueron armándose un sandwich "de parados", que luego llevaban, bien aferrados, hacia las mesas.





Un espectáculo aparte lo brindaban las gallinas y los pavos de la finca en la que paramos, porque cuando intentaban acercarse a picotear cerca de los comensales eran arrastrados por el viento.





Luego del almuerzo, mis compañeros comenzaron a pedalear contra el viento.
Yo me sentía mejor. Me arriesgué a comer un sandwich de pesceto, rogando que se quedara en mi estómago...












Como si no bastara con el viento en contra, Mariano, el coordinador, anunció que unos 6km más adelante los esperaba un trecho de arena volcánica que podía llegar a obligar a tener que avanzar caminando con la bicicleta al lado.
Consciente de que, por más que me sintiera mejor, era imposible que pedaleara, volví resignado a la camioneta que reemprendía la marcha detrás de los ciclistas.


Tal como lo había advertido el coordinador, a los pocos kilómetros ingresamos en un desierto blanco cortado por ráfagas de viento de unos 70km/h.






No habíamos avanzado demasiado, cuando divisamos a uno de los chicos brasileños intentando cambiar una cámara que se le había pinchado en medio del desierto blanco

Inmediatamente bajamos para tratar de ayudar con la reparación. También algunos compañeros se detuvieron para esperar al demorado y aprovechar para recobrar fuerzas para lo que faltaba.





Sin otros contratiempos, al rededor de las 17hs. llegamos al "Puesto de Doña Ángela", lugar en el que se establecería el campamento para pasar la noche.









He aquí el momento en el que llegó mi bicicleta, montada en el trailer de una de las combis.




Afortunadamente, ya me sentía restablecido. Aproveché las últimas horas de luz natural para lavar algo de ropa y limpiar y engrasar la bicicleta. Cené un pequeño plato de fideos con queso que me permitió alentar las esperanzas de poder retomar el pedaleo al día siguiente. Entrada la noche aproveché para mirar las estrellas. Acostado sobre una roca, binoculares en mano, estuve un largo rato contemplando las Pléyades, la Nebulosa de Orión, las lunas de Júpiter. La noche era considerablemente fría, el cielo estaba despejado, la Luna llena se encendía detrás de las montañas. Todo era casi perfecto.

Este es el mapa del tercer día:



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4° DÍA (08/02/12): DOÑA ÁNGELA - PLANICIE DEL AZUFRE (46km)

La mejor de las noticias fue, para mí, el haber pasado la noche sin contratiempos. Nos esperaba el día más duro de pedaleo. Al final de la jornada debíamos alcanzar los 2400m de altura. El camino continuaba siendo ripioso y el viento amenazaba con seguir soplando. Yo sentía que todo mi -somero- entrenamiento previo se había ido al cuerno. Después de dos días casi sin comer y uno sin retener el alimento ingerido días antes, estaba hecho una hoja de papel. Me sobraban voluntad y ganas. La incógnita era hasta dónde me alcanzarían las fuerzas.
A pesar de que la noche había sido muy fría, en cuanto salió el sol el calor comenzó a hacerse sentir. En el desayuno me enteré de que había unos cinco o seis compañeros que estaban en un estado semejante al que había pasado yo un par de días atrás. Se habló de algún virus que podía estar dando vueltas.

Partimos aproximadamente a las 11hs. La camioneta de apoyo parecía un móvil sanitario. Afortunadamente, yo ya no volvería a subir a ella por el resto de la travesía.


El viento no soplaba tan fuertemente como el día anterior pero por momentos se hacía sentir. El camino continuaba siendo de ripio arenoso, produciendo el efecto de "comerse las piernas" a medida que se avanzaba. 




Opté por regular energías... Después de cada subida paraba unos minutos para tomar un trago de agua, sacar alguna foto o, simplemente, admirar el paisaje. Lo importante era seguir sumando kilómetros.


Era notable la sensación de estar ganando altura. No sólo por las constantes cuestas que debíamos afrontar, sino por el frío del aire y por el tipo de montañas que empezábamos a divisar: tremendos mastodontes de piedra, con la cima bien afilada y algunos manchones de nieve...






















A los 21 km. paramos para cargar agua fresca y comer algunas barritas de cereal. Me animé con algunas bananas, para tratar de recuperar el potasio perdido durante los días anteriores y cargué la cantimplora con algunas sales hidratantes. En el kilómetro 31 llegamos al lugar elegido para el almuerzo. Era un pequeño puesto con un corral, supongo que para chivos, que en ese momento estaba vacío. El sol caía verticalmente haciendo prácticamente imposible encontrar algo de sombra.



Dejé mi bicicleta contra el corral y cometí el error de vaciarme una botellita de agua en la cabeza.












Inmediatamente sentí chuchos de frío por lo cual tuve que ir a la camioneta a buscar una remera seca de repuesto.









Al costado del camino se montaron las media sombra para el almuerzo. Comí un par de sandwiches de carne y me puse a hacer ejercicios de elongación. Restaban unos 15 km para llegar al campamento. Aparentemente el terreno iba a ser similar y los tramos de subida un poco más frecuentes.





Todo continuó dentro de lo previsto. Me fui quedando sin piernas, pero sabiendo que estaba en condiciones de llegar a destino. Iba a tardar un poco más que si estuviera al 100%. Había comenzado el día en un 70%. A esta altura estaba, como mucho, en un 50%. Pero quedaban pocos kilómetros y bastante tiempo para administrar. Todavía quedaban dos días más de travesía y había que llegar.



El lugar elegido para el campamento era una auténtica belleza. Una planicie de arena volcánica junto al río y rodeada por cordones montañosos.


Las necesidades inmediatas estaban todas asociadas al polvo del camino transitado en el día. Era imperioso: bañarse, lavar la ropa, limpiar la bicicleta. Buena parte del grupo se volcó al río... para salir huyendo casi inmediatamente. El agua estaba realmente helada. De todos modos, no había opción. Era imposible no bañarse. Por lo cual, juntando coraje varios nos sumergimos jabón en mano. Todavía recuerdo la impresión del agua en los tobillos: parecía que tuviese los pies en el freezer.
Tras el rápido baño y el lavado de la ropa del día, procedí a armar la carpa. El suelo era tan arenoso que las estacas se salían. Las puse como pude, confié en que con el peso de la mochila y de mi propio cuerpo no hubiera riesgos de voladura, agregué algunas piedras en los bordes, y pasé a merendar.

En cuanto la luz del sol comenzó a declinar, la temperatura descendió abruptamente. Durante la madrugada dicen que llegó a unos 4° bajo cero.

Como la luna salió más tarde que la noche anterior, tuvimos un cielo más oscuro y propicio para ver objetos del espacio profundo que habitualmente no resultan perceptibles a simple vista o con instrumentos de escaso aumento.
Después de cenar puse el aislante junto a la carpa y me acosté binoculares en mano a disfrutar de la noche.

Mapa cuarto día:

PARA VER LOS DÍAS 5° Y 6°, HACER CLICK MÁS ABAJO, EN "ENTRADAS ANTIGUAS"