Varias veces, a lo largo de este tramo del camino, nos cruzamos con peones que trasladaban grupos de chivos por el costado del camino. Alberto, el chofer de la camioneta, mendocino, me explicó que por el frío las cabras de la zona sólo tienen cría una vez por año y dada la importancia comercial que el chivo tiene en estos lugares exigía algunos cuidados especiales.
El paisaje seguía siendo, obviamente, majestuoso, aunque tuviera que contemplarlo a través de la ventana de la combi.
Cuando llegamos al lugar del almuerzo, situado a 26km del punto de partida del día, me impresionó el viento que corría. A tal punto que, si bien el lugar elegido tenía árboles que brindaban cierta protección, la comida no pudo servirse en platos, ni la bebida colocarse en las mesas porque se volaba todo. Todos se pusieron en fila y fueron armándose un sandwich "de parados", que luego llevaban, bien aferrados, hacia las mesas.
Luego del almuerzo, mis compañeros comenzaron a pedalear contra el viento.
Yo me sentía mejor. Me arriesgué a comer un sandwich de pesceto, rogando que se quedara en mi estómago...
Como si no bastara con el viento en contra, Mariano, el coordinador, anunció que unos 6km más adelante los esperaba un trecho de arena volcánica que podía llegar a obligar a tener que avanzar caminando con la bicicleta al lado.
Consciente de que, por más que me sintiera mejor, era imposible que pedaleara, volví resignado a la camioneta que reemprendía la marcha detrás de los ciclistas.
Tal como lo había advertido el coordinador, a los pocos kilómetros ingresamos en un desierto blanco cortado por ráfagas de viento de unos 70km/h.
No habíamos avanzado demasiado, cuando divisamos a uno de los chicos brasileños intentando cambiar una cámara que se le había pinchado en medio del desierto blanco
Inmediatamente bajamos para tratar de ayudar con la reparación. También algunos compañeros se detuvieron para esperar al demorado y aprovechar para recobrar fuerzas para lo que faltaba.
Sin otros contratiempos, al rededor de las 17hs. llegamos al "Puesto de Doña Ángela", lugar en el que se establecería el campamento para pasar la noche.
He aquí el momento en el que llegó mi bicicleta, montada en el trailer de una de las combis.
Afortunadamente, ya me sentía restablecido. Aproveché las últimas horas de luz natural para lavar algo de ropa y limpiar y engrasar la bicicleta. Cené un pequeño plato de fideos con queso que me permitió alentar las esperanzas de poder retomar el pedaleo al día siguiente. Entrada la noche aproveché para mirar las estrellas. Acostado sobre una roca, binoculares en mano, estuve un largo rato contemplando las Pléyades, la Nebulosa de Orión, las lunas de Júpiter. La noche era considerablemente fría, el cielo estaba despejado, la Luna llena se encendía detrás de las montañas. Todo era casi perfecto.
Este es el mapa del tercer día:
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